Texto

Aquello era diábolico.

Creánme.


Vello púbico, sombras y algún que otro gemido.
Después vino el silencio y con él la sensación de vacío visceral que anudaba primero el pecho y más tarde la garganta.

¡Chsssstt! Me prohiben deleitarme con las sombras pero intuyo las siluetas del anónimato carnal.
No concibo la realidad como realidad presente, sino como delirio maniático. Sueño erótico del mismo Lucifer.
Las sombras comienzan a danzar, en silencio (así es más poético). Humillado, húmedo del mordaz vaho ajeno me recojo en una esquina.

Contemplo la antinaturalidad, la malformación física, y la ninfomanía en un orgásmico desgarramiento sexual. Intuyo la forma de unos pezones. Casi puedo oler las hormonas desfilando por el ancantilado vaginal del deseo.

¿Cuantás?
¿Por qué?

Concluyo: pasado un par de horas te deshinibes e incluso tentas y asumes la provocación. Te dejas llevar -a medias-
Afirmo: hay algo dentro de mí mucho más poderoso que abajo. Vuelvo en sí.


Regreso a mi oscuro rincón. Cigarro. Cigarro. Cigarro.


Me descojono de la risa.

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