Texto

La espuma rebasó la bañera por uno de los lados cuando me levanté. Destapé el pintalabios y con sumo cuidado humedecí mis labios de carmín rojizo, dos veces. Me acerqué al espejo, todavía deformado por el vapor y choqué contra él mis labios. Dí un largo sorbo de café, y me enjuagué con él bien el paladar antes de tragarlo. El cuarto de baño estaba todavía lleno de humo de los cigarrillos que se apilaban en el cenicero de cristal, junto a las dos velas de vainilla que envolvían todo en un bailoteo de luces y sombras.

Del toallero colgaba un vestido negro aterciopelado y unos guantes blancos, me vestí con ellos y perfume con sutileza mi cuello, encendí un cigarrillo, sintonicé una emisora cualquiera en la radio… Casualmente, conocía esa canción y tatareándola acompañé al coro de trompetas mientras pasaba por la viga de madera más ancha del techo una cuerda. No me pareció lo suficientemente larga mientras la anudaba alrededor de mi cuello. 

De pie sobre una silla, con la cuerda rodeándome, salte hacia adelante. Mi cuello se compungió y mientras me ahogaba, zarandeando mi cuerpo hacia los lados, no dejaba de tatarear aquella canción. Lástima que no pudiera terminar de escucharla, realmente me gustaba…

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